Programas formativos y de toma de conciencia

Los grandes descubrimientos no son gracias al Azar, requieren Atención e Intención

LA INCERTIDUMBRE Y EL PODER PERSONAL
Confianza y proactividad en el confinamiento

En los años 90 trabajaba en un centro de formación ocupacional, impartía asignaturas de educación emocional, trabajo corporal y técnicas de respiración y relajación. Una parte importante del alumnado se formaba para ser auxiliar de enfermería en geriatría, e introdujimos, en el programa curricular, la asignatura de duelo y acompañamiento a terminales. Paradójicamente parecía una propuesta revolucionaria, pero nos pareció lo más lógico, práctico y humano. Agradezco a la dirección por confiar en mí para tal proyecto.

Mi intención era poner la muerte sobre la mesa, no mirar hacia otro lado, ver la realidad. Entonces, poder decidir si quiero hacer algo, no reaccionar ante un impulso, más bien “hacer” desde lo consciente; hacerse cargo, responsabilizarme ante mi realidad.

No fue fácil para muchos alumnos transitar por ese programa eminentemente vivencial. Como es normal, afloraron resistencias, fantasmas y bastantes proyecciones. Pasaron por el programa alrededor de un millar de alumnos y hoy día puedo decir que tuve la oportunidad de ver la misma cantidad de maneras de sostener la incertidumbre. Las personas que parecían estar más preparadas para transitar este tipo de situaciones eran las que podían soltar la necesidad de control en ejercicios de confianza, y desapegarse del resultado; tenían una visión más flexible. También las personas más curiosas y creativas, las que podían enfocarse en un propósito y no temían encontrar diferentes maneras para obtenerlo.

En estos días estamos viviendo la mayor incertidumbre de los últimos tiempos, la crisis del covid-19. Es una incertidumbre “evidente”; hemos perdido nuestra manera de convivir, de relacionarnos, algunos han perdido su trabajo, otros la salud e incluso la vida. Muchos estamos en confinamiento y todos compartimos las mismas dudas sobre nuestro futuro. Pero la realidad es que la incertidumbre nos ha acompañado siempre, la vida está hecha de cambios, de pérdidas. El misterio de la muerte parece ser el último cambio, quizás la incertidumbre por excelencia.

Durante años estuve atraída por formaciones en torno a la muerte, entre otros temas tabú. Desde joven había leído a Elisabeth Kübler-Ross y me formé en sus métodos, también, desde la visión oriental; sobre la preparación y acompañamiento a la muerte y transcendencia. Las prácticas de la vida y de la muerte; de la conciencia, en tradiciones como la tibetana o la hinduista no han perdido la importancia como, por desgracia, pasa en nuestra cultura, donde, en mi opinión, parece que muchos vivan una cínica fobia hacia los ciclos naturales de la existencia y transcendencia.

Parece que se esconde el envejecer y el morir en residencias de ancianos, no se permite la entrada en la UCI a los niños para despedirse de sus abuelos, la publicidad insiste en lo imperdonable que es permitir que las arrugas marquen la piel… En cierto modo se convierte en un arte el hecho de esconder lo inevitable, lo real, y en una exigencia el aparentar, el neurotizarse. Con este panorama el enfrentarte a tu propia muerte, pensar en tu testamento vital, tener en cuenta tus últimas decisiones, cerrar tus ciclos inconclusos… en definitiva hacerte cargo, era algo transgresor para mis alumnos.

Durante aquellas clases vivenciales les hablaba de tres hombres que sobrevivieron a terribles experiencias gracias a “hacerse cargo”, gracias a “tomar el control”, de alguna manera. Sus historias nos enseñaron que, aunque la incertidumbre nos va a acompañar siempre, el hacerse cargo nos proporciona cierta seguridad que nos hace la experiencia más vivible.

Victor Frankl y la actitud

Viktor Frankl fue un neurólogo y psiquiatra austriaco. Pasó tres años en campos de concentración nazis donde gestó su libro “el hombre en busca de sentido”. Fundador de la logoterapia que se centra en la voluntad de sentido como motivación principal para la existencia. Frankl hablaba de lo que más tarde conoceríamos como resiliencia: la capacidad de sostener y movilizarse frente a las adversidades. Escribió: “Si no está en tus manos cambiar una situación que te produce dolor, siempre podrás escoger la actitud con la que afrontes ese sufrimiento”.

Claramente alude a tomar tu poder personal. En la medida que se pueda, tomar las riendas de cómo vivir internamente la situación que sea. Nietzsche decía: “Quien tiene un porqué para vivir puede soportar casi cualquier cómo”. Frankl documentó que los prisioneros que tenían la esperanza de salir de allí, encontrando un reto, un sentido a tal horror, tenían más probabilidades de seguir viviendo que el que perdía la fe sobre su futuro. Hacerse cargo, incluso, de su sufrimiento como algo intransferible; algo que lo dota a uno de carácter único, incluso de dignidad. Escribe que el hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas, pero también el que es capaz de entrar a ellas con la cabeza erguida.

También dice que somos seres autotranscendentes, que podemos encontrar ese sentido más allá de nosotros mismos.


Palden Gyatso y la distancia

Palden Gyatso fue un monje budista tibetano arrestado, por manifestarse, y brutalmente torturado a diario, en cárceles y campos de trabajo chinos durante 33 años. En su liberación, consiguió sacar varios instrumentos de tortura como prueba de los crímenes del régimen chino. En una de sus tantas charlas, que daba por todo el mundo para compartir su experiencia, dijo: “Nunca olvidé mis valores espirituales, eso me dio mucha fuerza. También pensaba que todo eso pasaría, que seguiría adelante y que podría explicárselo al resto del mundo”.

Parece que sus creencias transpersonales le ayudaron a poner una cierta distancia de todo lo que estaba viviendo. Incluso trabajó su ira para no guardar rencor a sus raptores. También fue proactivo en decidir que iba a cambiar esa situación; él decidió, en cierta forma, que eso terminaría en algún momento y eso le dio fuerzas.

Claudio Tamburrini y el foco

Claudio Tamburrini era portero de futbol y estudiante de filosofía en 1977, cuando fue injustamente secuestrado y torturado por la dictadura militar argentina. Fue privado de libertad durante ciento veinte días hasta poder escapar junto tres compañeros.

En una entrevista Tamburrini comparte que mantenerse enfocado en una meta, en su caso: irse de la Mansión Seré, la casona donde estaba retenido; le ayudó a mantenerse entero.

Inspirada en lo que decía Viktor Frankl, creo que tanto el sentido transpersonal, una cierta confianza o fe; como el foco o propósito, esa parte proactiva, podrían ser las dos patas donde sustentar la incertidumbre. 

La experiencia del confinamiento me hizo pensar en estos tres hombres y los aprendizajes que me inspiraron en los cursos de los años 90. Ahora, en el 2020, castigados, privados de libertad como si estuviéramos en la cárcel, con la amenaza de la enfermedad, de la muerte, de la crisis, de la ruina… siento que, en cierto modo, todos somos un poco prisioneros.

Para la mayoría ha supuesto conectar con miedos nucleares y está creando traumas que sumar a su biografía. En los acompañamientos emocionales de estos últimos meses he podido constatar lo parecidas que han sido estas vivencias con otras experiencias de privación de libertad, como pueden ser los encierros penitenciarios o secuestros.

 

Confianza y proactividad

La confianza, el abandonarse a, y sostener la incertidumbre, el tener esperanza hacia el futuro, se me antoja como una actitud más YIN, desde la visión oriental; una actitud más receptiva a diferencia de una actitud más creativa o de acción, más proactiva, más YANG; desde el hacerse cargo, desde tu poder personal.

Recuerdo, al principio del confinamiento, trabajar con varias personas el sostener sus miedos al sentirse incomprendidos por su entorno. No parecían encontrar espacios para compartir sus inseguridades cuando el discurso parecía una suerte de sobrexcitación y euforia, entre series de Netflix, videoclases de Yoga, vermut virtual y performance de balcón. La exigencia del aprovechar el tiempo sustituyó la inercia frenética de nuestras pasadas rutinas, y en vez de conectar con la energía del parar, del retiro; muchos conectaron con el hacer. Opino que para muchos ese “hacer” les ayudó y les ayuda, siempre que no sea desde una polaridad neurótica. Pero en algunos casos, el permitirse parar de hacer (hacia fuera) y sostener esos miedos, encontrar un espacio para compartirlos y ser escuchados fue crucial y un primer movimiento de rendición. Quizás el final de una lucha desgastadora, una lucha quijotesca.

Hace cinco años viajaba a bordo de un mini bus, recorriendo una sinuosa carretera nepalí que bordeaba desfiladeros de infarto. En la primera de tantísimas curvas, el conductor empezó a adelantar a un camión sin tener ninguna visibilidad del carril contrario. Tocaba insistente el claxon como si eso fuese maniobra suficiente. Pensé que me iba a salir el corazón por la boca y me agarré fuertemente al tablón sobre el que estaba sentada, sin quitar la mirada sobre la carretera. Yo conducía habitualmente, una motocicleta por la ciudad de Barcelona, y pensé que había vivido las experiencias más temerosas en relación con el tránsito, pero nada más lejos de la realidad. Yo miraba a mi alrededor, en ese minibús, buscando alguna mirada cómplice ante tal temeridad, pero parecía que la gente estaba bastante tranquila. En la siguiente curva se repitió la misma operación: adelantamiento sin visibilidad, claxon, corazón en el cuello y uña clavada en tablón. Tenía un trayecto de seis horas por delante cuando entendí que esa iba a ser la tónica, mi angustia fue en aumento, creía que no podría soportar todo ese trayecto… sin estar al control. Al cabo de un par de horas decidí soltar, rendirme, y dejé de mirar la carretera, estaba claro que no podía controlar absolutamente nada y me abandoné a la incertidumbre.

En general, la visión oriental, se acerca más al soltar que al controlar. Cierto es que la creencia transpersonal, creer en algo más allá de la persona, tiene mucho que ver con el abandonarse a lo que sea que ofrezca la vida, incluso si es la muerte. Y su cosmovisión también ayuda a ubicarse dentro de un sistema, verse como una pieza más de un engranaje; una visión menos egocéntrica que la occidental. Eso ayuda a poner un poco más de distancia con la situación, a creérsela un poco menos, a poder ver un final, como hemos visto en el caso de Palden Gyatso. Tengo en cuenta que él era monje budista y tenía sus prácticas y que, para otros, el poner esa distancia nos puede parecer muy difícil.

En los cursos sobre duelo y acompañamiento a terminales de los años 90, cuando salía el tema de la reencarnación o de las diferentes cosmovisiones sobre la transcendencia, había mucho debate sobre las creencias de cada uno. Muchas prácticas orientales enfocan su trabajo de conciencia para el momento de la muerte y más allá, de hecho, en la cultura occidental también teníamos ciertas prácticas parecidas como recogen algunos textos medievales. Pero ante la crisis de creencias transpersonales de la actualidad, poca importancia se le da a la preparación del buen morir, incluso se podría tachar de actitud filistea. Así que ante el trabajo de confianza en relación con la propia muerte la experimentábamos, a modo de pequeña muestra, con diferentes dinámicas, y eso provocaba que se pudiera soltar un cierto miedo y así poder conectar con nuestra propia responsabilidad. Es parecido a las vivencias que tienen las personas que dicen haber pasado una experiencia cercana a la muerte; pierden el miedo y suelen tornarse más seguras en general. Puedo asegurar que el acompañar a alguien en su proceso de tránsito también aporta gran alivio y te prepara para tu propio deceso; realmente es una experiencia extraordinaria, llena de sobriedad y lucidez.

Esta actitud YIN, el dejar de luchar y rendirnos, dejar que nos atraviese la vida, sostener la incertidumbre, sus emociones asociadas, lo desagradable que podamos sentir en relación, incluso ponerse en el lugar de que pasara la peor de tus fantasías, tu escena más temida… puede ser liberador y el primer paso para empezar a dejar espacio para algo más, algo más real, algo más YANG: por ejemplo, cuál va a ser mi actitud.

Viktor Frankl dice: “¿Qué es en realidad el hombre? Es el ser que siempre decide lo que es.” En su caso, tener el objetivo de compartir sus estudios sobre la psicología de prisioneros y presos en los campos de concentración, le ayudó a poner sentido a su extrema experiencia de encierro. Palden Gyatso también tenía el objetivo de explicar la realidad del trato a los tibetanos en las cárceles chinas; desde su liberación hasta su muerte se dedicó a viajar por el mundo y compartir su experiencia. Claudio Tamburrini también enfocó su objetivo como brújula vital: salir de la casa de las torturas. Años después, aunque difícil de entender para muchos, dice en una entrevista: “lo que viví es una historia que, sabiendo el final, aceptaría volver a vivir”. Personalmente atisbo, en sus palabras, el triunfo de haberse traído el aprendizaje como trofeo; el tesoro con el que vuelve el héroe de su viaje, el salto evolutivo después de un ritual de paso. Me llega la dignidad del propio sufrimiento de la que hablaba Viktor Frankl, el regalo de hacerme cargo, el premio de conectar con el propio poder, por difícil que sea el camino.

Decidir cuál va a ser mi actitud, incluso una meta, me conecta con mi poder, mi responsabilidad, incluso con tomar un cierto control dentro de la incertidumbre.

Hacerme cargo y tomar el control

El profesor David Alexander, psiquiatra forense experto en el impacto de los secuestros y sus traumas, recomienda a los prisioneros tomar el control: crear su “apartamento” dentro de su celda o zulo, estar lo más aseado posible para mantener su identidad y establecer una rutina personal.

Durante el confinamiento hemos visto lo importante del espacio de “encierro”, un espacio propio, un espacio identitario; incluso un espacio donde abandonarse, donde sentirse, donde conectar con su cuerpo, con su presencia. El espacio exterior como representación de mis límites internos. No en vano, desde el inicio del confinamiento subieron las compras de mobiliario, electrodomésticos y de servicios de mejora en el hogar. También muchos empezaron a cuidar su cuerpo y hacer más ejercicio.

El asearse y ponerse una ropa diferente al pijama o la ropa más desaliñada para estar por casa, ha sido una estrategia bastante efectiva para mucha gente que teletrabajaba. Les ha ayudado a mantener una rutina parecida a la de su pasado y conectar con su identidad profesional y sus cuidados corporales.

Las rutinas también han sido grandes aliadas para mantener un orden, para mantener una sensación de seguridad en plena incertidumbre. Mantener un cierto horario, entrenar los hábitos, nos permite conectar con nuestro poder personal. Dentro de esta situación crítica, yo decido qué actitud tomar, decido tomar acción y ordenar mi tiempo, sostener los momentos incómodos y poner un sentido a tal experiencia. Yo me hago cargo de lo que sí es mi responsabilidad.

Durante estos meses hemos trabajado bastante el tema de los hábitos y rutinas, aun con necesaria flexibilidad, a veces, ante las necesidades emergentes evidentemente. Aunque es cierto que es preferible practicar el arte de los hábitos antes de tentarse con laxitudes.

Si se convive con animales, niños, gente mayor, incluso plantas se aprende la importancia y necesidad de las rutinas para sentir seguridad, orden y contexto. Nuestra parte más animal se manifiesta en nuestro cuerpo, de hecho, es la conexión con nuestro animal. Extraordinariamente dotado para el movimiento, nuestro animal también necesita salir a pasear, a moverse; desperezarse, respirar profundamente, relajarse y descansar, entre muchas otras cosas, claro está. Si observamos nuestros ciclos, nuestros tiempos y metabolismo podemos diseñar horarios de lo más convenientes y productivos; y no me refiero solo al “hacer” convencional. Revisar tus horarios alimenticios, por ejemplo: no ir a dormir con el estómago lleno, puede reducir significativamente algunos problemas de insomnio. Problemas muchas veces sumados a la estimulación nocturna fruto de estar mirando fijamente una luz: una pantalla. Hemos comprobado que alejar, lo máximo posible, el tiempo de cena y de manejo de aparatos electrónicos, de la hora de acostarse disminuyó significativamente algunas dificultades de sueño. Si, encima se pudo incluir actividad física a primera hora de la mañana, se mejoró el descanso y la actividad de pensamientos negativos. El aseo corporal y del espacio vital, gracias a cierta planificación y optimización del tiempo, también sumaron sensación de satisfacción y bienestar.

No es fácil iniciar rutinas, pero la sensación de decidirlo por ti mismo y buscar el mejor modelo para tus necesidades, han hecho aflorar algo muy importante y duradero: la confianza en uno mismo, el poder personal, el propósito, poner un sentido. Hacerme cargo y poner una meta, enfocarme. Esa actitud YANG, viene desde una acción consciente a diferencia de una acción, a veces desmedida, e inconsciente, casi de huida o de lucha; como mecanismo de defensa, diría. Una acción que puede ser descarada y agotadora o desde el sofá de casa. Como comentaba antes, sobre la eufórica respuesta de algunos, “aprovechar” para ver seguidos los veinte episodios de la temporada de una serie de moda, no parece algo muy saludable. Pero quizás se está haciendo como defensa, como protección, como entreno… seguramente las historias, de las series o películas que consumo, me ayuden a drenar, a encontrar una vía para mover las emociones que no puedo expresar; como hacen los cuentos por los niños. Puede que esté en plena fase de negación por mi duelo. Sí, mi duelo. Pues la persona que era antes de todo esto murió. Todos hemos muerto y renaceremos a otra cosa; otra manera de vivir.

Ahí veo yo la necesidad de la actitud YIN; necesito hacer el proceso de duelo, sentirme asistido y acompañado es importante en este punto, pues necesito rendirme y atravesar la realidad de este cambio. Aunque crea que estoy viviendo un sueño, que quedarme en casa es lo que deseaba hace tiempo y que no lo estoy pasando mal, hay algo que puede que se me escape y creo que es fundamental: este cambio YO NO LO HE DECIDIDO. Necesito hacer un proceso, digerir ese pedazo y después de esa digestión, de esa rendición; entonces podré activar mi YANG: DECIDIR EL SENTIDO de esta experiencia, ponerme un propósito. No es casual que haya habido un incremento destacado en las búsquedas de casas con jardín a las afueras de las ciudades, en los portales inmobiliarios de internet. Parece que esta situación está provocando que nos replanteemos nuestra forma de vida, nuestros objetivos vitales, nuestras necesidades; nos está obligando a reinventarnos.

Escuchar al animal

Trastornos del sueño, episodios de ansiedad, atrofia muscular, problemas de atención, concentración y memoria, hipersensibilidad… son muchas las somatizaciones de todo este proceso que podemos acusar en nuestro animal. Como hemos dicho no es un camino fácil el que estamos transitando, el camino de la incertidumbre. Pero la única certeza es que ahora y aquí existo, tengo una presencia, estoy presente. Y esa presencia la manifiesta mi cuerpo. Por qué no soltar y confiar en su manejo, como cuando solté mi necesidad de control en esa carretera nepalí. Después de todo el cuerpo es nuestro vehículo y nuestra casa; y esta tiene jardín y está a las afueras, si ese es tu deseo.

Aterrizar en el cuerpo para vivir, es lo única certeza. Los alumnos de mis cursos y programas lo confirman; experimentar desde el cuerpo tanto el YIN como el YANG, me ayuda a conectar con el equilibrio y mesura que necesito en cada momento. Mi necesidad real y presente.

Corre por internet una viñeta de Charlie Brown atribuida a Schulz, en ella se ven, de espaldas, a Charlie Brown y el perro Snoopy; el primero dice: “Algún día moriremos” a lo que Snoopy contesta “Sí, pero los otros días no”.

Uno de los mecanismos que tienen los perros para gestionar el aburrimiento o el estrés es sacudirse. Sacudirse como cuando están mojados; así liberan tensiones, reducen la tensión muscular y sienten alivio. Puede que nos toque sacudirnos también, sacudir nuestro cuerpo de la manera que mejor nos convenga. Escuchar nuestro vehículo y sacudirlo. Quizás así pueda aprovechar este trayecto incierto, encontrar su sentido y regresar como un héroe, como una persona nueva.

Regresar con la cabeza erguida, quien sabe a dónde ni cuándo.

 

Esther Burgos: Creadora de Serendipia.org (Education and awarness programs), formadora de formadores, terapeuta corporal y gestáltica, con 25 años de experiencia coordinando grupos de desarrollo personal y movimiento para mujeres

CONTACT US

×
×

Carrito